domingo, 10 de septiembre de 2017

OBELISCO

A mí ya no me gusta la Feria. Eso no se puede decir a los desconocidos, sobre todo, si son de fuera. Te lo digo a ti porque eres familia. Y mira que me ha gustado y lo he pasado bien estos cinco días de fiesta. Los mejores años fueron cuando era joven y todavía no estaba casada… Pero la he conocido desde bien pequeña, cuando veníamos con mi padre en el carro, burrun-burrun, desde la Fuente de San Pascual. En aquellos tiempos las carreteras no eran como ahora, ni tenían nada que ver. Enseguida que entrabas en el pueblo dejabas a un lado el Calvario Alto y tropezabas con la feria de los animales en la Plaza de San Pedro, justo delante de la Beneficencia. A mí los caballos me daban miedo: los veía tan grandes y yo era tan pequeña…Cómo ha pasado el tiempo y cómo han cambiado las cosas. Tú eres muy joven y no te puedes hacer una idea de la transformación que ha sufrido la vida. Como del cielo a la tierra…

¿Cómo se dice eso que has traído? Obe… Obel… ¡Obelisco! No sé por qué me cuesta tanto recordar esta palabra: obelisco, obelisco. A la feria no vayas si no tienes dinero, porque verás muchas cosas y no comprarás nada. ¿Y dices que lo has comprado en la Feria? Ay, no, cómo tengo la cabeza, que ya me has dicho que no… Que no es de la Feria, que lo has comprado en el viaje que has hecho. ¿Dónde era? Eso, Egipto… ¿Por dónde está? Yo estoy muy mal en aritmética… Cuando era niña, lo que más recuerdo de la Feria eran los almuerzos con mi padre en la Plaza del Mercado. Pero la sandía la comprábamos en la Plaza de la Balsa, en la subida a la cárcel. Las colocaban como si fueran pirámides. Mira, ¡como en Egipto! ¿Verdad que sí? A mí me hacían mucha gracia las pilas de melones y de sandías. No sé qué me imaginaba en mi cabecita de mocosa. Eran como balones gigantes, como las canicas con las que jugábamos, pero inmensas. Con los montones de cabezas de ajo no me pasaba. En aquellos tiempos eso de almorzar sardina, pimiento y huevo frito no se llevaba. La costumbre llegó más tarde. Comíamos primero el pan con fiambre y mi padre bebía el vino del porrón. Empinaba el porrón con mucha habilidad. No se le caía fuera ni una gotita. Me parece que estoy viéndolo… A mí me embelesaba saborear el vinagre, los trocitos de limón, la sal y las hojas de limonero de la salmuera. ¡Qué fresquita estaba la sandía cuando nos acabábamos el bocadillo! Masticando, ñam-ñam, sanseacabó. 

Me he reído con ganas mirando el obelisco. Mira, ahora me sale el nombre a la primera. Yo vi uno en Roma, en la plaza de San Pedro del Vaticano. ¿Verdad que sí? Me acuerdo muy bien. Mira que lo pasé bien con mi hermana. Subimos arriba del todo de la cúpula. Entonces aún tenía mucha fuerza. Desde que cumplí los ochenta, cada año es un pedrusco que me meten en el bolsillo… Obelisco, obelisco. Como te decía, la Feria que más he disfrutado era la de los años en que era soltera. Íbamos al baile al Círculo Mercantil de la Alameda y nos divertíamos mucho. A mí me encantaba bailar, seguía el paso muy bien. La gente joven de ahora no sabéis bailar. No te ofendas pero parece que os han puesto un puñado de pulgas debajo de la ropa y os sacudís para quitároslas de encima. Además, en la Feria no tenía que decir mentiras a mi madre, que si íbamos a la novena de no sé qué santo y salíamos corriendo hacia el baile. Nosotros íbamos al Círculo Mercantil que es donde iba la gente del pueblo, porque para los señores estaba el Casino Setabense. Allí iba la gente con dinero. Haz el favor de no escribir eso. Nosotros nunca hemos sido niñas bien de Xàtiva; ni soñarlo. Pero nos entretenía admirar los vestidos que llevaban las mujeres y las chicas de buena familia de Xàtiva. Las observábamos con admiración, pero no con envidia. Bueno, quizás un poco sí. Creo que no sentíamos envidia porque teníamos la certeza de que nunca tendríamos un vestido así. ¡Qué bonita es la música! La escucho y los pies se me mueven solos. Allí estaba la banda de música tocando. Chin-chin. Y así se nos escapaban las horas…

Cuando me casé, la Feria cambió. Volvíamos a la Plaza la Balsa pero con las niñas, para subirlas a los caballitos que eran mecánicos. A la pequeña le gustaba mucho la noria. Daba gusto verle la cara de felicidad sentada en la barca de madera antes de que el hombre empezara a mover la manivela con fuerza. Entonces se elevaba. ¡Cuántas cosas nos dicen los niños con los ojos…! ¿Y el berrinche que cogió la mayor una tarde porque no le tocó ningún muñeco en la tómbola? ¡Madre mía de los Cielos! ¡Para qué quieres más! Sollozaba y todo, buaa, buaa… Tuvimos que volver Alameda arriba a comprarle una cachavilla para que se conformara. Quien con niños se acuesta, mojado se levanta. Y mira que mis niñas es lo que más quiero en este mundo. 

Ahora que lo pienso: en París también hay uno. ¿Cómo se decía la plaza? De la Concordia, sí. Qué nombre más bonito para una plaza. Además, era muy grande, como tiene que ser la concordia. ¿Cómo era? Obelisco. Mañana ya se me ha olvidado. Un poco más allá de la Fuente del León una feria compré una cazuela de arroz al horno. La tuve más de treinta años. Aquellas cazuelas de barro sí que eran buenas. Era de un feriante que venía de Manises pero no puedo acordarme de su nombre.

¿Pero tú sabes lo que más me ha gustado de la Feria? Estás mirándome y sonriendo porque conoces la respuesta: los abanicos. Han sido siempre mi debilidad. Ahorraba todo el año para comprarme uno y también para vosotras: de hueso, de palosanto, de concha, de nácar, de ébano, de palo de rosa. Hay uno que hace una aire buenísimo, el de concha. Todavía lo tengo. Abanicándonos recorríamos el Real de la Feria arriba y abajo. Los que tenían flores pintadas eran mis preferidos; es muy difícil pintar figuras humanas encima de la tela. Cuando encontraba uno que las tenía y estaban bien perfiladas, me perdía y no podía dejar de comprarlo. Los abanicos que te he regalado, ¿los tiene tu madre? Hicimos mucha amistad con nuestros abaniqueros, Asunción y Paco, que cada feria eran fieles al encuentro y venían cargados con el trabajo de todo el año. Mi hermana vendía flores en el kiosco, yo la ayudaba y en las horas muertas conversábamos todos. A mí siempre me ha complacido hablar con todo el mundo. Así la distancia entre Aldaia y Xàtiva se fue acortando. Si durante el año se estropeaba alguna varilla, Paco me la reparaba cuando llegaba la Feria y me la dejaba como nueva, a estrenar. Siempre les decíamos que los feriantes se llevan el calor, pero había años en que se les olvidaba y nos lo dejaban todavía unos días más. Obelisco, obelisco.

Begoña Chorques Fuster
Profesora que escribe
Relato publicado en el Llibre de la Fira de Xàtiva 2017
Fotografía: Antoni Marzal


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